50 años del día de la Tierra


Hilda Landrove

Fue el 22 de abril de 1970 cuando se celebró, por vez primera, el Día de la Tierra. Se estableció entonces que cada 22 de abril sería dedicado a pensar y actuar en nombre de la Tierra. Lo que la Tierra significa hoy, aquello a lo que remite, lo que impulsa, se ha multiplicado desde entonces. En sus distintos nombres, Gaia, Pacha Mama, o simplemente Tierra, hace confluir sobre sí misma imaginarios que resuenan en su voluntad de concebir una trascendencia al devenir humano en la que la interconexión con otros seres, humanos y no, sustituye la fijación autorreferencial de una especie que se autoasignó el rol cumbre de la cadena alimenticia y con él, la capacidad y el derecho de utilizar a su antojo, sin demasiados escrúpulos, los recursos y las vidas de los seres subordinados a su emprendimiento.

No se trata de toda la especie humana; es algo que cada vez es más claro cuando se discute sobre antropoceno, el término que designa el impacto de la huella humana en una escala que permite ubicarla como una era geológica. Aunque su temporalidad sea muchísimo menor que cualquiera de las otras eras geológicas— la anterior a esta es el Holoceno, establecida por el registro estratigráfico en hace aproximadamente 11 700 años—, la magnitud del impacto ha sido tal que amenaza con destruir las posibilidades de supervivencia colectiva. Se discute todavía dónde marcar el comienzo del Antropoceno. ¿En el surgimiento de la agricultura? ¿En la era industrial? Como sea, el impacto se hace más obvio mientras más cercano es el tiempo que miramos.

Lo era ya hace cincuenta años, aunque el término antropoceno no existía todavía —fue acuñado por Paul Crutzen el año 2000. La narrativa del crecimiento ilimitado, chocaba ya frontalmente contra la evidencia del agotamiento de los recursos, y es en ese contexto que Gaylord Nelson, un senador demócrata del Estado de Wisconsin, y Denis Hayes, recién graduado de la Universidad de Stanford, comenzaron a organizar para el 22 de abril una demostración pública que terminó aglutinando aproximadamente a 20 millones de personas en los Estados Unidos.

Foto de la Tierra tomada desde la luna por William Anders, Apollo 8 (24 de diciembre 1968)

Hay mucho que condujo a establecer el día de la Tierra, y hay mucho que sigue haciéndolo, aunque en esta ocasión el recordatorio haya tenido que renunciar a las calles y se haya mudado a los espacios virtuales. Una de las imágenes icónicas que contribuyeron a definir el momento, había surgido en 1968 de la cámara del astronauta William Anders del Apollo 8 desde la Luna. Era la primera imagen en que la Tierra era vista desde afuera. Un verdadero suceso, una sacudida de las perspectivas. No era solo la Tierra lo que era visto desde afuera, sino sus habitantes; muchos de los que vieron la foto en esos días, se veían de alguna manera a sí mismos. La vista tuvo un efecto similar al de reconocerse por primera vez en el espejo y, como sucede a los niños cuando se enfrentan a la totalidad de sí mismos vistos desde un punto de vista externo, la visión de la Tierra apareciendo en el horizonte lunar, definiría nuevos contornos para la experiencia de pertenecer a al mundo. El poeta Archibald Macleish diría: “Ver la Tierra como es realmente, pequeña y azul y hermosa en el silencio eterno en el que flota, es vernos a nosotros mismos como conductores en la Tierra, juntos, hermanos en esa brillante belleza, hermanos que saben ahora que son verdaderamente hermanos.

Entre los antecedentes fundamentales del movimiento ecologista, se encuentra también Primavera silenciosa, de Rachel Carson, cuya primera parte se publicó en The New Yorker el 16 de junio de 1962 y ese mismo año como libro. El libro advertía sobre el daño de los pesticidas en los animales y sus ecosistemas.

En una de sus páginas advierte: En este momento del tiempo representado por el siglo XX que una especie —el ser humano— ha adquirido poder suficiente para alterar la naturaleza de este mundo, y solo en los últimos veinticinco años este poder ha alcanzado tal magnitud que ha puesto en peligro a toda la tierra y a su vida”. 58 años después, las condiciones que advertía Carson se han agravado hasta alcanzar un punto de no retorno. Pero también se han multiplicado los que han comprometido su vida en la lucha por hacer posible que aquella visión revelada por los astronautas del Apollo 8 continúe siendo habitable. Movimientos como Viernes por el futuro o Extinction Rebelion son, directa o indirectamente, hijos de aquel primer Día de la Tierra hace cincuenta años. Porque hoy más que nunca, el día de la Tierra no es solo pretexto para evocar nuestra pertenencia común sino para continuar haciéndola posible.

Publicado en El Caminero

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