Ariel Ruiz Urquiola
Pobre selva. Pobre Brasil. Pobres países latinoamericanos. Pobre planeta Tierra. Todos víctimas de unos pocos seres humanos que se confabulan entre el poder y los cambios climáticos para abrir paso a nuevas actividades mineras, y agropecuarias.
Con el techo de generar dividendos para salvar a pueblos. Con la solapa de enriquecer las arcas individuales. Con el afán servil al dinero. Con los estandartes extremos del capitalismo y el socialismo, ambos furibundos al poder del dinero para someter.
En menor escala, obviamente por la propia geografía cubana, he visto desde mis tiempos de estudiante universitario hacer lo mismo en Cuba. Desmontar humedales para vender los troncos de Bagá, maderas preciosas, hacer carbón orgánico o simplemente playas para el turismo internacional.
Desmontar reductos de selvas para dedicarlos al laboreo agropecuario en parques nacionales o fuera de éstos con toda intención para desarrollar minería a cielo abierto y secuelas de zafra de 10 millones. Luego quemar los residuos de pistas para simular un incendio natural.
Así, cubanos de hoy, hemos perdido casi en su totalidad nuestro 98 % de cobertura boscosa a lo largo de nuestra historia, acrecentado con el desgobierno cubano después del 59, período en el cual se duplicó prácticamente la población cubana a expensas de subvenciones foráneas y se siguió usando el bosque para cocinar como en los orígenes de nuestra comunidad primitiva bajo la égida de un ministerio tardío de medio ambiente sin autonomía y con responsables también serviles.
En conclusión, dinero para quienes desgobiernan y sus familiares. Inseguridad alimentaria para el pueblo cubano. Destrucción de la naturaleza cubana en nuestras propias narices.
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