Meditación ambientalista en la playa La Concha de Marianao
Marcelo “Liberato” Salinas
En una actuación colectiva cuya lógica parece un acto de linchamiento sin sujeto visible a sacrificar, cada verano la playa La Concha es violada, macerada, exprimida. En síntesis: es consumida en un ritual al que deben sumarse todos los que se precien de ser normales, como todo buen acto de linchamiento exige a sus concurrentes.
Esto ocurre sin que aun tengamos en Cuba las condiciones materiales que caracterizan a una sociedad de consumo típica, lo cual podría garantizarse en un par de días con el levantamiento del bloqueo yanqui.
En disímiles lugares de La Habana se percibe que Cuba se ha ido convirtiendo en una de esas sociedades de consumo ideales, no porque sean perfectas sino porque demuestran cómo la fuerza de la ideación, el puro deseo del consumismo, sin leyes arregladas para ello, ni instituciones de crédito, ni maquinaria de propaganda global; ha ido creando todas las condiciones para su segura reproducción ampliada en los corazones de las antiguas “masas populares”.
Detrás de este deseo que ha ido construyendo su propia materialidad, se encuentra una sociedad viviendo decenios de un subconsumo masivo involuntario.
Hemos creado nuestra cultura del rebusque y el reciclaje, factor fundamental que atenuó el colapso energético de los años 90 y la hecatombe social derivada. Se trata de todo un patrimonio inmaterial que hoy está a merced de la agonía de esa comunidad imaginada revolucionaria de 1959.
Extraviada y castrada en su capacidad de reencarnación espiritual, esa sociedad deja morir en el sinsentido a la “propiedad social”, una figura jurídica imprecisa pero cargada de potencialidades fraternales, de la que hoy muy pocos quieren hablar seriamente.
La espiral del consumismo que presenciamos es una especie de compensación psicológica ante la miseria material y el desolado paisaje humano dejado por el constante desmantelamiento de toda potencial comunidad que garantice el no predominio del Estado sobre todo y todos.
Un territorio como este es el ambiente adecuado para que proliferen las necesidades programadas para masas –el auténtico contenido y forma del regetón– y no los diversos modos de vidas derivadas de existencias auténticas.
Ante la liquidación espiritual, la sensación de encierro masivo en varias generaciones y la esquizofrenia oficial en curso, las masas han respondido con las bacanales de borracheras que tanto maquillan la tristeza de las autolesiones físicas y mentales.
El colapso sanitario que se percibe cada mañana de verano en la playa La Concha no es sólo un “problema ambiental”, como podría afirmarse desde una sana sensibilidad ambientalista, es también la evidencia material de un modo colectivamente íntimo de dañar el entramado humano constituido.
En un espacio donde lo comunal ha sido reducido a su expresión más primaria, el enemigo a derrotar se convierte en nuestra propia existencia sin sentido y el sujeto opresor pierde toda personalidad reconocible.
Es este ambiente de confuso vacío el que conduce a los llamados a reforzar la gobernabilidad, como si a los gobernantes no les fuera imprescindible ese vacío previo para presentarse como los sacrificados salvadores de una situación crítica.
Ahí ya estamos muy cerca de las condiciones propicias para que, con toda serenidad, ellos decidan reprimir al pueblo en nombre del pueblo. Sin dudas, una desagradable situación que pondrá a la orden del día la urgencia de delinear la silueta de la insurrección contra la normalidad que se dibuja frustrada en el paisaje matutino de la playa en el verano.
Las insurrecciones no las hacen los pueblos preexistentes, sino que los pueblos se constituyen gracias a ellas.
La playa La Concha no sólo merece ser limpiada por esos ajenos trabajadores de limpieza; necesita que nuestras conciencias se sacudan de todos los desechos mentales y materiales con que han llenado nuestras cabezas para convertirnos en esa masa humana anónima y ajena a nuestra propia intimidad, desconectada del devenir de la totalidad inmensa que nos circunda poderosa, en lugares como la playa La Concha de Marianao.
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