Epifanía e insurrección (II)


Meditación ambientalista en la playa La Concha de Marianao (II)

Marcelo “Liberato” Salinas

La playa La Concha es hoy una versión degradada de lo que era antes de 1959: un terreno de frontera, una tierra de nadie casi crónica.

El lugar sirvió de señuelo y escenario de coartada para que la Seguridad del Estado atrapara al escritor Reinaldo Arenas, que frecuentaba el lugar en búsqueda de cuerpos masculinos con almas cálidas.

Desde aquellos años 60 hasta hoy, La Concha no ha dejado de ir modelando su esencia salvaje, un paréntesis anárquico en el régimen urbano de la 5ta Avenida.

Allí, la precaria existencia de la administración estatal en verano, con su oferta básica de gastronomía, sus alquileres de tablas de surf remendadas, sus amables salvavidas, sus limpiadores soñolientos, sus rejas –remedo de laberinto griego de alambrón–, que protegen para tiempos imposibles las ruinas florentinas; todo ello convive con el trasiego de personas de todo tipo, escapadas de cualquier clasificación o control de sus movimientos.

En invierno se pueden ver estudiantes en uniforme fugados del régimen de aburrimiento de las escuelas cercanas; amantes ardientes perdidos en el delirio del deseo; quinceañeras con su fotógrafo y sus padres en busca del fugaz exotismo de las ruinas y la playa desierta al atardecer; espirituosos de cualquier edad anhelantes de soledad; veteranos en busca de mar y arena para ejercitar sus cuerpos; personas de sexualidad diversa buscando donde expresarla, santeros en sacrificios de animales, los que dejan a la deriva de la muerte para sus santos marinos.

Más allá, al final de la playa, donde sobrevive milagroso un terreno de manglar, muestran esporádicos sus rostros los que se presiente que son los antiguos forajidos y asaltantes de caminos de las viejas narraciones de La Fontaine, Emilio Salgari o Samuel Feijoo.

Sin embargo, ninguno de ellos de conjunto produce el colapso sanitario que se ve en la pequeña playa La Concha cada verano, cuando arriba la figura por excelencia que nos rodea todo el tiempo y puja por mostrarse dentro de cada uno de nosotros: las masas de consumidores de verano, acompañadas por los vendedores estatales y particulares de comida rápida.

Playa Concha Habana 2bTodos en acción macabramente conjunta, convierten a La Concha en un hervidero de desechos producidos por ese tipo de seres que, como ya definió Ortega y Gasset hace decenios atrás, se sienten como todo el mundo y además no se angustian, peor aún, se sienten a salvo al saberse idénticos a los demás.

(continúa…)

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