Pedro Manuel González Reinoso
«El enemigo no es el orinal, es la orina por todos lados.»
A diario chocamos con gente urgida de primerísimas necesidades fisiológicas que no encuentran un lugar apropiado para evacuarlas a tiempo.
Por eso, a pesar de la multa a la que se exponen, corren a hacerlo en paradas de ómnibus, portales, parques y sitios diversos, comprensiblemente.
El daño se multiplica cuando dejan, además del detritus, papeles contaminados y materiales apestosos a merced de los elementos y la naturaleza misma.
La gente aquí no comparte el hábito de recoger el mucus y las salivas que segregan cuando están enfermos, disparándolas contra el contén sin miramientos.
En Cuba, los urinarios públicos escasean, están clausurados, son por “divisas” o distan millas de nuestras inminencias.
En algunas ciudades del país la cosa va para mejor con la iniciativa privada, y algunas inversiones “rodantes” se exhiben coloridas y prestas en carnavales o sitios donde se expenden bebidas.
El verano, provocador de sudoraciones en riadas, reduce ostensiblemente estas necesidades pero no las erradica como si fuera otro mal temporal.
Experiencias foráneas deberían tenerse en cuenta por nuestras saludables autoridades para darle a esos desechos humanos un fin lógico y hasta provechoso.
Tal es el caso del uso de la orina en algunas ciudades de Europa.
Desde 1830 París tiene meaderos que evitan que la gente –especialmente turistas– baje al río Sena a “cambiarle el agua a los pececitos”.
Ecológicamente aprovechable, la urea contenida en el cuerpo y aliviada vía uretral sirve como fertilizante para las plantas.
El orinal del que hablo se parece a un tacho de basura de metal rectangular, excepto que algunas flores pueden crecer afuera del tareco rojo brillante, pues el líquido se mezcla con la paja dentro de la lata.
Una pequeña sección sobresaliente protege los miembros viriles de la mirada escandalizada cuando apuntan el chorro.
Para mujeres aún no existe diseño viable, así que habrá que esperar como en toda creación machista.
Si en Cuba criticamos a una lactante que en medio de la calle se saque una teta para el nene, digan Uds. de un tipo con el rabo insinuado a la mano.
A pesar de la protesta de habitantes hipócritas/puritanos cercanos a estos latones-meaderos, los que visitan la ciudad limpísima no dejan de impresionarse con la inteligente resolución que a tal problemática han dado.
Esperemos verlos algún día instalados a lo largo y ancho del transido caimán nuestro. Tan cagón como meón, y siempre “en revolución”.
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