Arliz Plasencia Fernández
GUARDABOSQUES – ¡Qué feancia, qué feancia, qué feancia…!!!! Repite una y otra vez Edgar, uno de los magos que en la pieza teatral Harry Poter, se acabó la magia, del connotado Grupo Teatro El Público, narra parte de su historia personal; la más ligada al contexto político, social y cultural del tiempo y la Cuba que le tocó vivir.
El diccionario no recoge el termino feancia, pero a mi modo de ver, describe acertadamente la realidad visual, acústica y odorífera a la que nos enfrentamos día a día en casi cualquier punto de nuestra “maravillosa” urbe capitalina.

Puertas y ventanas de otrora majestuosas construcciones, hoy tapiadas con burdos bloques y chorreante cemento.
Fachadas de casas colindantes que muestran una especie de arcoíris de capas de pinturas superpuestas, reflejo no sólo de escaseces pecuniarias signo de sobrado individualismo.
Puertas y ventanas de otrora majestuosas construcciones, hoy tapiadas con burdos bloques y chorreante cemento.
Contenes “decorados y embellecidos” con cal churrosa ante la llegada de alguna conmemoración.
Huecos en las calles, dejados por una entidad que arregló una cosa, pero a la que no le tocaba arreglar la otra.
Salideros de todo tipo de aguas con todo tipo de hedores
Bocinas reguettoneras a cada paso, cual recordatorio perenne del famoso slogan de lo mío primero, tan en boga en los 90 y que en lugar de fomentar la identidad nacional, como su objetivo demandaba, exacerbó el individualismo y la indolencia hacia el prójimo que cada vez con más fuerza nos acompaña
Animales azotados en plena vía publica, ante la mirada y la voz indignada de la gente, que muchas veces protesta, pero se frena ante el temor del posible fustazo en el pellejo propio.

No se trata de una instalación o parte de algún performance de un contemporáneo artista, sino lo que se encuentra en medio de una de las encantadoras entrecalles del Reparto Eléctrico, al sur de La Habana.
Podría seguir y llenar páginas y páginas de ejemplos que nos golpean día tras día.
Cada uno de ustedes igualmente podrá agregar sus propias historias a la lista. No tiene sentido seguir…
Quienes leen este boletín de seguro no pasan frente a estas realidades sin que les duela en los ojos, en la piel, en la nariz y sobre todo en el alma.
Quienes promueven consciente o inconscientemente la feancia capitalina, posiblemente estrujen estas páginas y las echen a la calle, como una lata vacía o un envoltorio de maní.
Lo más duro es que cualquier solución la mayoría de las veces está bien lejos de nuestras manos.
Tal vez estas líneas parezcan una catarsis y en alguna medida lo son. Sin embargo, también quisiera transmitir un poco de esperanza para todos aquellos que como yo, se sienten víctimas de la ciudad de la feancia y no saben qué hacer con ello.

Parece un chiste, pero es muy real: en la céntrica esquina de 10 de octubre y Santa Catalina, rodeado de basura, suciedad, y otras cosas que es mejor ni recordar, estaba esta hoja de periódico, aludiendo a la lucha por una “cuidad verde, acogedora, hecha para el buen vivir”. Ironías de la vida.
Si al menos estas cosas y otras de semejante naturaleza nos afectan como golpes asestados en medio de los sentidos, todo no está perdido… aún no hemos sido devorados y regurgitados por el monstruo de la feancia.
Si aun somos capaces de llegar a casa con la mochila llena de papeles y envoltorios porque no hallamos cesto de basura; si disfrutamos más el trinar de un grillo que los estentóreos acordes forzosos del ritmo del momento; si tenemos la voluntad de sembrar un árbol, de ser amables con la gente y con todo lo demás, entonces algo estamos haciendo, aunque nos parezca poco, en contra de la feancia que como La Nada de La Historia Sin Fin de Michael Ende, está devorando nuestra ciudad.
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