Por Hamed Toledo

Los últimos meses hemos sido bendecidos por copiosas lluvias intermitentes, un tanto desajustadas por el evidente cambio climático. Junto a ello hemos observado, además, un vergonzoso espectáculo visual (y olfativo). Nos referimos a aquellos contenedores de basura que andan repletos de desechos y, al paso de las vaguadas, despiden un “hilito de agua negra” —como reseñara sabiamente nuestro Bola en una de sus canciones— que nos invita a lucir una mueca de desagrado en plena calle.
¿Qué mezcla inmunda de desperdicios nuestros sale de allí? ¿Cuánto de desvergüenza nuestra, por la habitual indiferencia a un problema comunitario, se reúne en esas aguas pestilentes? ¿Qué hacer ante esta crisis estética y sanitaria que atenta contra el alegre verano infernal?
Para empezar, se trata de un problema serio. Lo que se acumula en esos vertederos es toda clase de pudrición y fermentos que producen enfermedades a las que nos exponemos diariamente, mientras los trabajadores de comunales siguen atrasados. Ni siquiera hace falta que degustemos suicidamente de tan aberrante líquido, los agentes transmisores (moscas, mosquitos, ratones) harán su trabajo.
Tampoco sirven los gatos que con gusto cazaran a los roedores, pero que no ven a los Aedes como favoritos al paladar, en tanto estos continúan reproduciéndose y siendo efectivos transmisores del dengue y compañía, padecimientos que acumulan cada vez más víctimas.
Y si el servicio de comunales es tan deficiente, ¿por qué no hacemos nada al respecto? Cada uno de nosotros, incluido el autor de este artículo, es responsable de los hechos. Habiendo trascendido la cuestión estética hace tiempo, Guanabacoa hoy se enfrenta ante un problema sanitario y ecológico delicado. Nuestra salud se halla expuesta sensiblemente producto a la superpoblación que ha sufrido la localidad (más del doble desde los 50, más o menos 117 000 habitantes) y la incapacidad de evacuar a tiempo nuestros desechos. Mientras que nuestros preciados manantiales corren el peligroso riesgo de contaminarse con los numerosos vertederos y sus frecuentes lagunas negras.
La solución está en nuestras manos, solo que —como es común e infantilmente corriente— pasamos la papa caliente de mano en mano, sin escoger la alternativa de la acción conjunta, comunitaria, a favor de un bien colectivo (e individual). No obstante, este escribidor es terco y cree necesario exponer algunas propuestas:
1. El reciclaje es un proceso harto conocido, pero poco practicado. Reutilizar nuestros desechos disminuye considerablemente la cantidad de basura. También podríamos optar por crear un almacén de reciclaje en la cuadra o el barrio, reuniendo botellas, latas, papel, y luego venderlo. El dinero obtenido puede servir para adquirir nuevos y mejores contenedores de basura, o para cualquier otro fin de interés colectivo.
2. Los desechos orgánicos pueden separarse también, y sus usos son variados. Puede servir como fertilizante para un organopónico barrial y que tribute alimentos a los vecinos. Si no hay terrenos se puede entregar a productores porcinos, los que podrán retribuir con parte de su producción.
3. Hay muchas cosas que pueden aprenderse todavía para sanear los desechos de nuestro vecindario, solo hay que interesarse y compartir la información, fomentando conciencia entre los vecinos. La denuncia oportuna y constante de la indisciplina de los servicios públicos también puede ayudar para evitar que existan microvertederos alrededor de los contenedores.
Modesto (o hasta inocente) puede parecer mi esfuerzo, pero ¿qué no vale la pena intentar en esta atmósfera de desilusiones y malos olores? Una cosa sí es segura, nada se resolverá hasta que no tomemos partido en el asunto. Cada guanabacoense tiene la oportunidad (sino el deber) de hacer lucir su Casa Grande (Guanabacoa) lo más linda y sana posible. De nosotros depende que el nombre de nuestra Villa no degenere su significado original en el de “Tierra de Lomas y Aguas Albañales”.
Publicado en: http://revistacausa.cubava.cu/2017/07/26/guanabacoa-tierra-de-lomas-y-aguas-albanales/
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